Diego Alejandro Melera

sábado, 13 de octubre de 2018

Día del Respeto a la Diversidad Cultural


     En octubre de 2017 se cumplieron 100 años del decreto firmado por el presidente Hipólito Yrigoyen a través del cual se declara al 12 de octubre como “Fiesta nacional”. Este hecho representa una de las diferentes intervenciones que el Estado realizó en busca de fijar cierta identidad nacional, asociada a cierto linaje o “raza” y se expresa reconocimiento y gratitud hacia España por su gesta heroica en el descubrimiento y la conquista de América.
     El Estado, al promover la conmemoración, ejercería su rol “identificador”, monopolizando la fuerza simbólica al determinar quiénes somos, cuál es nuestro origen, nuestro linaje o nuestra “raza”, en detrimento de otras historias, herencias e identidades posibles.
     El ejercicio de conmemorar está estrechamente ligado con el de construcción de identidad. Puesto que se hace memoria con otros, pero también contra Otros, aquellos que tienen otros símbolos, otros rituales, otras memorias y otros olvidos. Se va modelando un nosotros y los discursos de ciertos grupos se imponen sobre los de otros.
     El decreto suponía que nuestra población era uniforme y homogénea, que había surgido de España, su “progenitora”, y que descendía de su “sangre” (en términos biológicos) y de su “lengua” (en términos culturales). Queda en evidencia que la fijación a cierto linaje sigue excluyendo a otras tantas comunidades o identidades que no están reconocidas en dicha herencia, como la de los indios o la de los negros.
     La “raza” celebrada supone varios interrogantes. ¿Cuál sería esa raza? ¿La hispana? ¿Quiénes la representarían? ¿Sólo los españoles? ¿Qué pasaría con sus descendientes y grupos resultantes de la mezcla con otras razas? La conmemoración del 12 de octubre rememora un posible origen de la nación. En algún sentido fija un “mito de origen”. En la historia relatada en el decreto se revela una génesis propia de un pasado armónico y carente de todo conflicto originario. Allí no figura la opresión hacia los indios, ni esclavización a los negros, no hay manifestación de violencia alguna.

      Pero la violencia fue la relación que proponían los invasores y de esto hay infinitos ejemplo en la historia. Al comienzo no se mostraban agresivos, al contrario. Es por ello que una mujer llamada Anacaona “Flor de oro” en lenguaje taíno (1474 -1503), vio con agrado la llegada de Cristóbal Colón a su pueblo en Haití, ya que traían novedades y objetos ingeniosos. Su esposo, Caonabo, uno de los cinco caciques, lo miró desde el comienzo con desconfianza. Cuando los españoles mostraron las verdaderas intenciones de esclavizarlos, Caonabo y Anacaona los expulsaron a flechazos. Los españoles mandaron refuerzos hasta capturar a Caonabo y mandarlo a España para ser juzgado. En el barco, inició la primera huelga de hambre que se tenga registros en América y falleció de inanición. Anacaona organizó la resistencia, pero fue capturada y luego de obligarla a mirar como quemaban a un centenar de compañeros, la ahorcaron.

      También podemos recordar a Juliana (1510 – 1539) de la rebelión guaraní, quien al principio pensó que los españoles habían venido a realizar alianzas con su pueblo, pero cuando ella y sus hermanas pasaron a ser parte de sus pertenencias, enseguida entendió que eran invasores y que habían venido para esclavizarlas. A los hombres los castraban para alejarlos de las esclavas. Un día Juliana, decidió degollar a su amo y comenzó una revuelta. Los invasores para poner orden, torturaron y ahorcaron a Juliana y sus compañeras.

      También recordamos a la Gaitana (1520-1560 aprox.) que vivía en el Dorado, la actual Colombia. Los españoles iban en busca de oro y esclavizaban a sus habitantes quienes se fueron acostumbrando a las atrocidades de los conquistadores. Pero uno de ellos se rebeló y los españoles no podían tolerar que nadie se rebelara y lo quemaron en la hoguera frente a los ojos de su madre, la Gaitana, quien lentamente escapó del lugar. Volvió con un ejercito de seis mil guerreros que ella misma reunió, atacó las ciudades fundadas por los españoles, encontró el que había mandado a quemar a su hijo, le sacó los ojos y con una cuerda en la garganta lo arrastró por todo el pueblo como un trofeo. La Gaitana no se detuvo y aliándose a otros caciques siguió enfrentando al invasor.

     Como ejemplos de resistencia en la zona andina, podemos nombrar a Micaela Bastidas Puyucahua (1744 - 1781), amante de José Gabriel Condorcanqui, también conocido como Túpac Amaru 2do. Cuando fueron capturados por los realistas invasores, antes de ser ejecutada frente a su esposo y su pueblo fue obligada a presenciar el ahorcamiento de su hijo, a quien primero le cortaron la lengua por haber hablado en contra de los españoles

      Bartolina Sisa virreina aymara (1750-1782), guerrillera indígena que defendió a su pueblo del invasor colonial. Bartolina y su compañero Túpac Katari fueron ahorcados en plazas públicas por los colonizadores, descuartizados y exhibidas sus partes como ejemplo, para que los sobrevivientes comprendieran que nadie debía rebelarse nunca más. Todos estos ejemplo quizá les permitan comprender porque hoy en día, no hay tantas revoluciones. Hoy Bartolina y Túpac Katari fueron declarados héroes nacionales por el congreso nacional de Bolivia y desde 2011, ya no festejamos el día de la raza en la Argentina, sino que recordamos el genocidio más cruento y duradero de la historia de nuestros pueblos, hoy denominado, Día del Respeto a la Diversidad Cultural”.

      Es clave recordar que las heridas del genocidio que sufrieron los habitantes de estas tierras, siguen abiertas. Las huellas de tan brutal ataque a la diversidad cultural de cientos de comunidades diferentes, se escuchan en las calles, en los recreos de todos los colegios, en todas partes. Resuenan cuando alguien dice despectivamente: negro, indio, boliviano, paraguayo, como si fuera un insulto pertenecer a ciertos grupos sociales o a ciertas zonas de nuestra América. Y las maneras de acabar con las diferencias son a veces, menos sangrientas pero igual o más efectivas.
Depende de todos nosotros permitir que sanen esas heridas y este acto es nuestro humilde aporte para lograrlo. Muchas gracias.


Información extraída del libro “Mujeres insolentes de la historia”, de Felipe Piña, editorial emecé (2018) y de “El Día de la Raza cien años después. La herencia decretada” de Sergio Díaz (UBA), disponible en la revista BORDES, Agosto-Octubre de 2017. Revista de Política, Derecho Y Sociedad

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