En
octubre de 2017 se cumplieron 100 años del decreto firmado por el
presidente Hipólito Yrigoyen a través del cual se declara al 12 de
octubre como “Fiesta nacional”. Este hecho representa una de las
diferentes intervenciones que el Estado realizó en busca de fijar
cierta identidad nacional, asociada a cierto linaje o “raza” y se
expresa reconocimiento y gratitud hacia España por su gesta heroica
en el descubrimiento y la conquista de América.
El Estado, al promover la
conmemoración, ejercería su rol “identificador”, monopolizando
la fuerza simbólica al determinar quiénes somos, cuál es nuestro
origen, nuestro linaje o nuestra “raza”, en detrimento de otras
historias, herencias e identidades posibles.
El ejercicio de conmemorar
está estrechamente ligado con el de construcción de identidad.
Puesto que se hace memoria con otros, pero también contra Otros,
aquellos que tienen otros símbolos, otros rituales, otras memorias y
otros olvidos. Se
va modelando un nosotros
y los discursos de ciertos grupos se imponen sobre los de otros.
El decreto suponía que
nuestra población era uniforme y homogénea, que había surgido de
España, su “progenitora”, y que descendía de su “sangre”
(en términos biológicos) y de su “lengua” (en términos
culturales). Queda en evidencia que la fijación a cierto linaje
sigue excluyendo a otras tantas comunidades o identidades que no
están reconocidas en dicha herencia, como la de los indios o la de
los negros.
La “raza” celebrada
supone varios interrogantes. ¿Cuál sería esa raza? ¿La hispana?
¿Quiénes la representarían? ¿Sólo los españoles? ¿Qué pasaría
con sus descendientes y grupos resultantes de la mezcla con otras
razas? La conmemoración del 12 de octubre rememora un posible origen
de la nación. En algún sentido fija un “mito de origen”. En la
historia relatada en el decreto se revela una génesis propia de un
pasado armónico y carente de todo conflicto originario. Allí no
figura la opresión hacia los indios, ni esclavización a los negros,
no hay manifestación de violencia alguna.
Pero la violencia fue
la relación que proponían los invasores y de esto hay infinitos
ejemplo en la historia. Al comienzo no se mostraban agresivos, al
contrario. Es por ello que una mujer llamada Anacaona “Flor de oro”
en lenguaje taíno (1474 -1503), vio con agrado la llegada de
Cristóbal Colón a su pueblo en Haití, ya que traían novedades y
objetos ingeniosos. Su esposo, Caonabo, uno de los cinco caciques, lo
miró desde el comienzo con desconfianza. Cuando los españoles
mostraron las verdaderas intenciones de esclavizarlos, Caonabo y
Anacaona los expulsaron a flechazos. Los españoles mandaron
refuerzos hasta capturar a Caonabo y mandarlo a España para ser
juzgado. En el barco, inició la primera huelga de hambre que se
tenga registros en América y falleció de inanición. Anacaona
organizó la resistencia, pero fue capturada y luego de obligarla a
mirar como quemaban a un centenar de compañeros, la ahorcaron.
También podemos
recordar a Juliana (1510 – 1539) de la rebelión guaraní, quien al
principio pensó que los españoles habían venido a realizar
alianzas con su pueblo, pero cuando ella y sus hermanas pasaron a ser
parte de sus pertenencias, enseguida entendió que eran invasores y
que habían venido para esclavizarlas. A los hombres los castraban
para alejarlos de las esclavas. Un
día Juliana, decidió degollar a su amo y comenzó una revuelta. Los
invasores para poner orden, torturaron y ahorcaron a Juliana y sus
compañeras.
También recordamos a
la Gaitana (1520-1560 aprox.) que vivía en el Dorado, la actual
Colombia. Los españoles iban en busca de oro y esclavizaban a sus
habitantes quienes se fueron acostumbrando a las atrocidades de los
conquistadores. Pero uno de ellos se rebeló y los españoles no
podían tolerar que nadie se rebelara y lo quemaron en la hoguera
frente a los ojos de su madre, la Gaitana, quien lentamente escapó
del lugar. Volvió con un ejercito de seis mil guerreros que ella
misma reunió, atacó las ciudades fundadas por los españoles,
encontró el que había mandado a quemar a su hijo, le sacó los ojos
y con una cuerda en la garganta lo arrastró por todo el pueblo como
un trofeo. La Gaitana no se detuvo y aliándose a otros caciques
siguió enfrentando al invasor.
Como ejemplos de
resistencia en la zona andina, podemos nombrar a Micaela Bastidas
Puyucahua (1744 - 1781), amante de José Gabriel Condorcanqui,
también conocido como Túpac Amaru 2do. Cuando fueron capturados por
los realistas invasores, antes de ser ejecutada frente a su esposo y
su pueblo fue obligada a presenciar el ahorcamiento de su hijo, a
quien primero le cortaron la lengua por haber hablado en contra de
los españoles
Bartolina Sisa virreina
aymara (1750-1782),
guerrillera indígena
que defendió
a su pueblo del invasor colonial. Bartolina y su compañero Túpac
Katari
fueron
ahorcados en plazas públicas por los colonizadores, descuartizados
y exhibidas sus partes como ejemplo,
para que los sobrevivientes
comprendieran que nadie debía rebelarse nunca más.
Todos estos ejemplo quizá les permitan comprender porque hoy en día,
no hay tantas revoluciones. Hoy
Bartolina y Túpac
Katari
fueron declarados héroes
nacionales por el congreso nacional de Bolivia
y desde 2011, ya no festejamos el día
de la raza en la Argentina,
sino que
recordamos el genocidio más
cruento y duradero de
la historia de nuestros pueblos,
hoy denominado,
“Día
del Respeto a la Diversidad Cultural”.
Es clave recordar que
las heridas del genocidio que sufrieron los habitantes de estas
tierras, siguen abiertas. Las huellas de tan brutal ataque a la
diversidad cultural de cientos de comunidades diferentes, se escuchan
en las calles, en los recreos de todos los colegios, en todas partes.
Resuenan cuando alguien dice despectivamente: negro, indio,
boliviano, paraguayo, como si fuera un insulto pertenecer a ciertos
grupos sociales o a ciertas zonas de nuestra América. Y las maneras
de acabar con las diferencias son a veces, menos sangrientas pero
igual o más efectivas.
Depende de todos
nosotros permitir que sanen esas heridas y este acto es nuestro
humilde aporte para lograrlo. Muchas gracias.
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