Diego Alejandro Melera

miércoles, 10 de junio de 2015

Malditos Celulares


     Las composiciones actuales hacen imposible que las personas salgan sin celular a la calle, es como salir desnudos. Los adultos creen que pueden dominarlo y como el adicto no paran de repetir: “lo dejo cuando quiero”, “sé cuando parar”. Pero justamente como adictos, no pueden dejarlo. Miles conducen sus autos mirando hacia abajo, se reúnen en las plazas cada uno con su aparato, charlan en un restaurante revisando los mensajes a cada segundo, las escenas se repiten día a día.
   Las excusas son varias, pero todas apuntan a lo mismo. No pueden tener ese aparato apagado en sus bolsos hasta salir de la escuela. Paradójicamente pretenden que los estudiantes que han nacido con esa tecnología y la llevan como a un riñón o el intestino, la dejen a un lado, prescindan de ella para prestar atención a sus clases. Pero los docentes, que estuvieron la mitad de sus vidas sin esa mediación tecnológica con sus seres queridos, creen tener el derecho de tenerlo encendido todo el tiempo por si algo ocurre. ¿Cómo habrán podido superarlo nuestras madres y padres cuando éramos chicos? ¿Acaso estarían pegados al viejo teléfono fijo esperando que alguien llame? ¿O será que los problemas de ansiedad, paranoia o inseguridad son fomentados pero no creados por estos aparatos y se debería procurar mantener estos traumas alejados de los ámbitos laborales?
     La pregunta debería ser: ¿cómo se insertan las estrategias docentes en un mundo dominado por los celulares y sus velocidades multidimensionales?, ¿cómo se capta la atención-energía de aquellos capturados por sus flamantes maravillas?
    Impedir el uso del aparato lo único que asegura es que la atención no podrá ser depositada en ese aparato, pero nada asegura que se canalicen las energías hacia la clase que despliega el docente, eso sólo puede ocurrir si el flujo de deseo-motor-pensamiento que atraviesa el aula es detectado y aprovechado. Lo más probable es que esto último vaya a suceder a través del uso de esos gadgets “maléficos” y no mediante su prohibición.


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